domingo, 22 de marzo de 2009

La fábula Del último Atardecer

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Esta es la historia de una tortuga y una gacela.
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La tortuga tenía ya 102 años, una buena edad para su raza, una edad en la que podía gozar de las mayores facultades porque estaba en su segundo tercio de vida.
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La gacela tenía 7 años, una edad avanzada teniendo en cuenta los peligros a los que se enfrentaba cada día… entre ellos los temidos cazadores!
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Ambas se encontraron un día lluvioso de primavera en una cueva, ambas buscaban refugio, y como no parecía que fuese a clarear en unas horas, decidieron compartir unos buenos momentos de conversación. Hablaron de todo, de su familia, de su tipo de vida, de lo que encontraban para comer, de la primavera que terminaba… de todo y nada.
De repente, la gacela se dio cuenta que la tortuga contaba su vida sin emoción, y dando por hecho que como aún le quedaba un tercio de vida podría disfrutar de todo aquello que deseaba en los años que vendrían. Y le hizo una pregunta:
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-Tortuga, ¿recuerdas cómo fue el último atardecer que viste?
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Y entonces la tortuga, bajó la cabeza para pensar, y pasados unos segundos respondió:
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-No, imposible.
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Entonces la gacela se acercó un poco más a la tortuga y le sonrió mientras le susurró unas palabras:

-…te voy a contar un secreto tortuga. En esta vida pocas cosas hay seguras, pero una de ellas es que desde que nacemos corremos muchos peligros, nos enfrentamos diariamente a momentos duros, y a momentos emocionantes, conocemos a otros seres, con unos nos llevamos bien y con otros no tanto. Todos buscamos lo mejor para nosotros e intentamos rodearnos de cosas bonitas y bellas, pero olvidamos que la vida pasa rápido, y perdemos por el camino situaciones y momentos que nos ayudan a sonreír un poco más, a sentirnos más vivos, a sentirnos mejor, y los tenemos al alcance de nuestra mano todos los días, se llama “el resto de las cosas vivas”.
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Mira al cielo siempre que puedas para saber a qué hora va a atardecer, y si puedes, estés donde estés…párate a disfrutarlo. Busca las primeras flores del campo, del jardín. Mira los brotes verdes nuevos de la primavera…¿has visto qué color tan vivo?, toca la tierra mojada con tus manos, busca el agua de los ríos y tócala para notar lo fría que baja, cierra los ojos y huele el viento, echa un vistazo a la luna…¿no te has dado cuenta que no falla nunca?, pinta de colores tu vida… de los colores que te marque tu espíritu y vigila si son oscuros, camina con los ojos cerrados alguna vez…por si un día dejas de ver pero sigues vivo! Aprende a buscar comida y aprende a vivir sin comida, cuida tu cuerpo…no sea que vivas muchos años! Y piensa que hoy ya es un buen día para comenzar a vivir… estando vivo.

La tortuga escuchó cada una de las palabras de la gacela, y después, esperaron a que pasase la tormenta.

Al día siguiente, en un día clareado por el sol, la tortuga reemprendió su camino, no sin antes hacerle una pregunta a la gacela:
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-Gacela, ¿recuerdas el último atardecer que viste?
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-Sí, tortuga, contigo…Mientras te hablaba el sol dejó ver algunos de sus rayos entre la tormenta, fue precioso, pero tú estabas con la cabeza baja mirando al suelo.
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1 comentario:

Isabel rossignoli dijo...

Gracias por el cuento, te regalo un post de Ángela Becerra que me ha calado hondo: PEGAMENTO HUMANO:
Aquella enfermera que mientras conecta la sonda añade gotas de ánimo y chorros de sonrisa sin receta. Aquel tendero que mientras pesa la sandía nos pregunta cómo seguimos del reuma y nos recomienda algo que a él le funcionó. Aquel estudiante que se levanta de su asiento en el bus y lo cede a una embarazada. Aquella adolescente que ayuda a cruzar la acera a un anciano que camina con dificultad. Aquella vecina que dice que se puede quedar con nuestros pequeños el día que la escuela, inexplicablemente, hace puente. Aquellos nietos de 20 años comiendo con la abuela, riéndole batallitas y convirtiéndola durante dos horas en centro del universo. Aquella mujer soldado que en una playa del Líbano regala a una niña las caracolas que recogió y la despide con una caricia.

Ellos y muchos, muchísimos más, son la buena gente, la que cada día apuesta por el lado bueno de la vida. Saben perfectamente que lo que hacen no les va a producir nuevos ingresos, ni va a mejorar su historial. Ninguna televisión comentará sus actos; jamás serán noticia. Dan porque dando se resuelven en belleza, se curten en dignidad, se elevan en ética.

Ellos, con sus mínimos actos, dignifican el brillo y la vibración de pertenecer a la raza humana. Hacen profundo y fácil cualquier contacto, y por eso la crisis les afecta menos. Son de los que aún creen en el pegamento más solvente, cálido y potente que existe: el pegamento humano.